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Daniel Monbars, conocido como Monbars el Exterminador, fue un pirata francés del siglo XVII que atacó barcos españoles con el fin de vengar al pueblo indio y a los esclavos negros. Nacido en 1645, Monbars era del Languedoc y provenía de una buena familia. Su profundo odio hacia España procedía de la lectura de los relatos de Las Casas sobre la colonización española de América, relatando las masacres, crueldades y bandolerismos cometidos por esta última. Posteriormente, cuando Monbars supo que se había declarado la guerra entre Francia y España, escapó de la casa familiar y se fue para reunirse con uno de sus tíos, un capitán de la marina del rey en Le Havre. Se embarca con él para surcar los mares y abordar cualquier barco español que encuentre en su camino. Luego masacró a todos los ocupantes del lugar a excepción de los no españoles, a quienes a menudo llamaba para cooperar indicando la posición de otros barcos españoles. Durante la colisión, derribó la puerta, saltó espada en mano a la cubierta del barco español y luchó furiosamente. Al llegar a Santo Domingo, los bucaneros trajeron a la tripulación un poco de jabalí ahumado, disculpándose por traer una pequeña cantidad, diciendo que los españoles estaban destruyendolo todo. Montbars sugiere que tomen la iniciativa y marchen hacia los españoles. Dejando a su tío, desembarca, quiere atacar a una tropa de jinetes españoles que han descubierto a los bucaneros, pero, siguiendo el consejo de un viejo pirata, espera a que los bucaneros se reúnan y finge acampar en la playa mientras éstos se esconden en el bosque. Cuando los españoles atacan, los bucaneros emergen del bosque y los masacran. Para Monbars, fue el día más feliz de su vida. Una expedición que quedó en los anales del filibustero. A continuación, se une a su tío, arma un patache y extermina a sus adversarios en el mar, pese a la desigualdad de fuerzas, luchando contra cuatro grandes buques de guerra españoles. A diferencia de otros bucaneros, a él no le interesa el botín. Quiere “matar” al español en combate naval. La visión de la sangre le producía una especie de embriaguez suprema. Esto es lo que Alexandre-Olivier Exquemelin, cirujano y bucanero dice de él: “Recuerdo haberlo visto pasar por el Golfo de Honduras. Estaba vivaz, alerta y lleno de fuego como todos los gascones. Tenía talle alto, recto y firme, aspecto alto, noble y marcial, tez morena. En cuanto a sus ojos, no podemos decir con exactitud ni la forma ni el color; sus espesas cejas negras se unían en un arco arriba y las cubrían casi por completo, de modo que parecían escondidas como bajo una bóveda oscura. A primera vista se podría juzgar que un hombre así debe ser terrible. También se decía comúnmente que en el combate comenzaba a vencer por el terror que inspiraba su aspecto y que terminaba con su fuerza hercúlea, a la que era casi imposible resistir cuerpo a cuerpo". Exquemelin no sabe qué fue de él. |