Autor capital de la historieta española, cronista de la dictadura y la transición españolas y destacado en la historieta autobiográfica y memorística. Carlos Giménez nació el 6 de marzo de 1941 en Madrid, hijo de un soldador, que murió al año de nacer él. De infancia muy humilde, Giménez creció en el barrio de Lavapiés hasta que su madre contrajo tuberculosis y tanto él como uno de sus hermanos fueron internados en colegios u “hogares” de Auxilio Social (Hogar Bibona, Colegio General Mola, Batalla del Jarama, Paracuellos y García Morato), donde almacenó experiencias de hambre, frío y miedo.
Desde los cinco años demostró aptitudes para el dibujo, lo que a veces le resultaba de utilidad, y planeó ya desde entonces convertirse en dibujante profesional de tebeos, demostrando una especial fascinación por la obra de Juan García Iranzo; sobre todo por El Cachorro. A los catorce años regresó a su casa en Madrid para vivir una adolescencia marcada por la carestía, con su madre enferma y trabajando como restaurador y decorador de porcelana, y como recadero de ese negocio. En sus horas libres siguió dibujando historietas y cuando le ofrecieron la oportunidad de integrarse en un estudio de dibujantes de tebeos, el de Manuel López Blanco, la aprovechó. Contaba 17 años.
Comenzó como fondista y como entintador de López Blanco para pasar, al año, a trabajar para la agencia Ibergraf, en secciones de miscelánea que el escribía e ilustraba. En esta agencia aprendió de la experiencia de autores como José Carlos García, Francisco Pizarro o Zata, y produjo un primer trabajo para el exterior: las tiras Drake & Drake. Tras dejar la agencia comenzó una trayectoria más independiente, formando parte de grupos de autores agregados en estudios, comenzando por el Estudio Manzanares, junto con Esteban Maroto y Adolfo Usero.
En estos años de mocedad desarrolló historietas bélicas para Maga, o de vaqueros en las series Buck Jones y Gringo, demostrando en esta última sus dotes para la narración y la conducción de personajes. Fue una obra de alcance internacional, pues se distribuyó por una veintena de países, que él resolvió durante su servicio militar firmando como Carlos o simplemente “Car”. Gringo la continuó una vez licenciado, pero casado y con un hijo, tuvo que dibujar historietas románticas destinadas al mercado europeo a través de la agencia barcelonesa Selecciones Ilustradas para poder subsistir.
Giménez decidió instalarse en Barcelona para trabajar mas eficientemente y allí formó parte de otro estudio, el del Grupo de la Floresta, con quienes recuperó la bohemia durante un periodo de gran efervescencia y aprendizaje, lecturas mil, tomas de conciencia y hasta un inicio de militancia en pro de los derechos de autor que ya no cesaría a partir de ahí. El autor madrileño, amén de trabajos alimenticios como los cómicos Tom Berry y Kiko 2000 destinados al mercado alemán, abordó entonces una obra de cierto interés pero aún dirigida a un público juvenil: la serie de ciencia ficción Delta 99, creada por el guionista Flores Thies.
El despegue como autor de Giménez se produjo con Dani Futuro, serie creada con Víctor Mora como guionista expresamente para una nueva revista, Gaceta Junior, con la que tendrían problemas cuando vendió la obra al mercado belga sin consultar a los autores. Fue en Dani Futuro donde Giménez mostró una evolución sorprendente en la narrativa, con gran dominio del montaje, la analepsis y los fundidos, participando también en la resolución final de los guiones. Sus inquietudes como narrador las siguió plasmando en cortas historietas que publicó en diferentes cabeceras y que ya eran un prodigio de guión: El Miserere, El Mensajero, El extraño caso del Sr. Valdemar, las cuales alternó con otros trabajos más ordinarios, como Ray 25 o Iris de Andrómeda, ambas con Mora.
Es por esta época que Giménez se integró en otro estudio, con Luis García y Adolfo Usero, el llamado Premiá 3, bajo cuya firma elaboraron tebeos como La isla del tesoro y Los 4 amigos sobre guiones de Mariano Hispano. Estos trabajos contrastaban fuertemente con los que luego abordaría Carlos ya en la recta final del franquismo, más comprometidos políticamente, desde el proyecto fallido Bandera negra, pasando por la sugerente y poderosa obra Hom, o las cortas historias satíricas y de denuncia social que publicó en El Papus. Fue el envalentonado sello Amaika el que dio cobijo a estas obras tan temerarias en una España que aún era de Franco, y también a los siguientes proyectos del madrileño, todos con tono de denuncia y propuestos sobre sustrato autobiográfico: Paracuellos y Barrio, que se ofrecieron por entregas en las revistas Muchas Gracias, Yes y El Papus. Ambos trabajos, sendas obras maestras, le otorgaron a su autor fama internacional.
Muerto Franco y con la apertura, la firma de Giménez saltó de la prensa satírica a los cómics del boom, y siguió desarrollando su obra en las revistas de historietas de la transición: tanto sus adaptaciones de textos escogidos para revistas como TOTEM (Koolau el leproso) como sus sagas autobiográficas, en Comix Internacional (Auxilio Social) y en Rambla desde 1982 (Los profesionales), siendo ésta una revista que él ayudó a fundar. Tras romper con este equipo fundador, el autor regresó a Madrid en 1983, y desde allí abordó sus siguientes proyectos, paradójicamente ambientados en Barcelona (Rambla arriba, rambla abajo) o dirigidos a diarios de la ciudad condal, como El observador, donde se iniciaron las series Sabor a menta y La ley.
Parece que el tema que más atrae el autor en esta época ya no es tanto la memoria como el amor, si bien el tema de fondo sigue siendo el mismo: la tragedia cotidiana. Sobre estos amores tristes escribió el dibujante sus series más abultadas durante el resto de los ochenta y los años noventa: Romances de andar por casa, Sabor a menta e Historias de sexo y chapuza, cambiando de registro tan sólo con la recreación de la vida de Juan Caballero Bandolero. Eran obras de una carrera en solitario que obtuvieron edición en Francia, donde abordó algún que otro proyecto puntualmente, y que alternó con trabajos para publicidad, privada o institucional. También trabajó en el cine, en storyboards (Mar de luna, El espinazo del diablo), y desarrolló algún otro proyecto de tono más distendido, como Jonás, que terminaría publicando Glénat, su editor desde el comienzo del siglo XXI.
Sus cómics estaban siendo rescatados en ediciones más respetuosas desde mediados de los años noventa. Delta 99 obtuvo edición integral por Semana Negra en 1996, Planeta DeAgostini relanzó Dani Futuro en 1998, y en 1999 Glénat decidió reeditar Paracuellos, en este caso retomando la serie y publicando nuevas historietas, las cuales obtuvieron gran éxito de crítica, con dos premios del Saló Internacional del Còmic de Barcelona, y un Gran Premio en Expocómic de Madrid, entre otros. Con el mismo editor reeditaría el autor el resto de su obra y decidió continuar también la serie Barrio, modificando en este caso su fórmula habitual de diagramación de la página. En estos últimos años ha vuelto a la historieta satírica, recogida en libros como Los cuentos del tío Pablo o Cuentos del 2000 y pico, y ha abordado una de las obras más ambiciosas de la historieta española reciente: una crónica de la guerra española, la del 36-39, a pie de calle, con miradas a izquierda y derecha, sin concesiones y sin miedo a revelar el horror.
De la trayectoria de Giménez como historietista ha destacado siempre su limpieza formal y sus dotes para la representación, confirmándose como un gran dibujante que ha ido dejando herederos de estilo. Pero, por encima de todo, Giménez descolló siempre como guionista que, sobre obra propia, ha sabido modular un discurso muy coherente, de narrador completo y comprometido con sus relatos. Este autor ha sido, y es, un ejemplo de cómo la historieta halla, en su síntesis representativa, fórmulas de narración situadas a la misma altura que las de otros medios en tono, ritmo, expresión, mensaje y trascendencia. No debe extrañar, pues, su candidatura propuesta en 2009 al Premio Príncipe de Asturias de las Artes.
Biografía y fotografía facilitada por Tebeosfera.
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